EL GRAN MACHO
Guanacaste, lleva historias sin tiempo, sin espacio, historias de miedo de amor y desamor, Guanacaste y sus historias que a veces duele contar .
En un pueblo escondido, muy abajo del cerro, en la bajura, respira la casa de don Anselmo Mendoza Chavarria. Esa casa de madera vieja y gastada, que se asemeja al mismo rostro de Ester Ortiz Ortiz, quien con una escoba de "monte" la barre a diario. Eran esos viejos artesones cepillados por el tiempo que marcaba su paso agresivo.
Una casa vieja con rendijas que el sol perfora y transgrede con la alborada. Un piso de tierra dura como el alma de Anselmo, arquitecto de tal mansión; Que fuerza la del techo, que con coraje se sostiene y resiste cuando parece que no aguanta unas horas más. Atrás el viejo horno donde la mujer saca caliente sus mejores ilusiones que se cocinan a fuego lento.
El era el gran macho, el hombre de la casa, cuantas veces puede contar que le dejo caer el peso de una mano dura marcada de trabajo. Fueron muchas las veces que la furia incontenible de su puño se estrello contra la sien de aquella mujer, que hecha un cúmulo de lloro y desesperación yacía contra el suelo en posición fetal, suplicando a lo alto que pasara rápido aquel momento.
Pero la historia en ese momento era otra; El era el tumbado en una vieja cama de hospital, su mujer con la misma mirada de amor, esos ojos que nunca dejaron de verlo como lo más bello de la vida. El sabe que el tiempo se le va, y que son minutos los que lo separan de la vida; Quiere gritarle "perdóname" pero no puede ni articular palabra; Hace un intento, mas no es suficiente, solo quiere decirle "Amada mía, Estersita de mi alma, te pido perdón por todo el sufrimiento que te di" Pero es en vano, no puede.
Ella solo lo mira tiernamente, le acaricia la frente con sus manos sinceras, se enjuga las lagrimas y sin saber lo que piensa aquel enfermo, atina a decirle - Amor, te perdono por todo, sos lo mejor que me ha pasado, ¡No me dejes!
El intenta esbozar un gracias, pero falla en su intento nuevamente. Solo brota de aquel macho rustico una lágrima caliente, que desliza sobre su mejilla marcada por sol, pierde las fuerzas que aun le mantenían los ojos clavados en los de ella -Exhala Anselmo por última vez.
Se torna aquella habitación negra, turbia. Le arrancaron la vida a aquella mujer.
Se asoma un enfermero y solo atina a decir sin mayor preocupación " El enfermo de la cama seis murió ya!
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